miércoles, marzo 16, 2011

TriAta.

Pedro Estévez Espinosa era un hombre de mediana edad, de 53 años (lo cual sugeriría que viviría hasta los 106), poco cultivado en las artes musicales, pero con una voz magnífica para cantar. El tiempo había querido que se casase con una mujer ocho años menor que él, que aún conservaba cierto encanto en las canas; y la enfermedad había hecho que se convirtiese en un anti-viudo, vamos, que estaba muerto.

Por alguna razón Ata recorría el cementerio buscando la tumba de Pedro Estévez, pudiendo ser la razón la búsqueda del grupo "Los Lechugos", o puede que simplemente buscase algo por lo que moverse y sentirse vivo, lo cual, en su localización actual, no dejaba de ser gracioso. Siempre se imaginó que un cementerio tenía tumbas de esas con lápidas plantadas en el suelo, con algunas flores secas, y tierra removida hace años; pero la vida nos juega malas pasadas, y todos acabamos en una mierda de caja de madera de 600€ con un símbolo religioso con el que gran parte de las personas no se identifican, dentro de enormes nichos tapados con una losa untada en cemento, y si tienes suerte en un quinto piso, para poder decir que aunque sea en la muerte, nadie está por encima de ti. Estas reflexiones de Ata no le valían nada a la hora de buscar tumbas, pero consideraba que si alguien las estuviese escribiendo en un blog serían mínimamente curiosas.

Llegó a una lápida sin nombre y se paró allí, como si supiese que era aquella la que buscaba, estaba convencido de ello. Pero para asegurarse sacó un rotulador y escribió: "Pedro Estévez Espinosa. Cantante de "Los Lechugos"". En ocasiones tenía buenas ideas, y aunque esta no era de esas, no se puede negar que resultaba bastante efectiva a sus propósitos.
- Buenos días señor Estévez. - saludó Ata.
- ...
- Sé que no puede responderme, así que me tiraré aquí el tiempo que quiera y diré lo que quiera, mientras me imagino las respuestas que quiera ¿Qué le parece? - un sustantivo que debería ser arrogantismo parecía rodear al joven universitario.

Curiosamente, lo que Ata estaba haciendo con el muerto era algo que la gente hace con los vivos.

- ...
- En realidad no sé que decirle, no sé qué pretendía. ¿Se imagina? ¿Qué hago aquí? Eh... bueno, ¿puedo tutearle?
- ...
- Está bien. Usted no sabe quién soy, aunque bueno, se lo imaginará. ¿Cree que me estoy buscando a mí mismo? ¿Qué esta búsqueda sin pies ni cabeza ni torso ni pantorrillas no es más que una forma de adentrarme en mi alma? ¿De buscar mi objetivo? ¿Lo que hay dentro de mí?
- ...
- ¡Ooooooooh! Ya veo. Genial. Me voy mucho más tranquilo. - Ata respiró aliviado.

Ata no era estaba tan loco o era tan tonto o vivía tan fuera de la realidad como podía parecer. No pensaba que le hubiese respondido, de hecho, ni siquiera él se imaginó la respuesta, sólo imaginó que le había respondido, y que él sabía qué era, y sabía que era bueno y que le había resuelto todas las dudas, pero en realidad, no tenía ni idea de nada y no sabía qué responderse. Aún así, bueno, había tenido una respuesta, que era lo que necesitaba en ese momento, y aunque no supiese cuál era (o sí), seguía como si sí.

- ¡Ah! Una última cosa, sabe dónde vive Arnau Casas Japón.
- ...
- Vale. Muchas gracias por su tiempo caballero.

Ata se marchó del cementerio mirando tumbas... blancas, amarillentas y negras, seguía sitiéndose decepcionado por ese tipo de tumbas. Nunca imaginó que los ataudes sellados con cemento resolverían la crisis zombie del año 2038. Lo que sí que de verdad no imaginó es que con la tumba con la que había estado hablando sería en la que acabase sepultado. Una cojonuda ironía del destino.

Arnau Casas sí estaba vivo, por suerte o por desgracia, aunque vivía en un residencial a unos kilómetros de la ciudad según se había enterado Ata en el cementerio. Esta vez escogió la bici como medio de transporte, el viento fresco le sentaría mejor que el viento acondicionado fresco del autobús, y las gotas de sudor y el cansancio le servirían de excusa para pedir un vaso de agua y entrar más fácilmente en la casa (una gran estrategia si la hubiese pensado de antemano, igualmente una gran estrategia aunque saliese de chorra). La sensación de libertad en la bicicleta era como una especie de analogía de la vida, pensó Ata. "Hay momentos donde es cuesta abajo y todo mola, como el viento. Pero otras es cuesta arriba y tienes que pedalear fuerte o robar una moto". Robar una moto no estaba dentro de sus posibilidades reales, entendía como "robar una moto" el putear a alguien para conseguir lo que quieres, de tal modo que una moto no, pero a ver quién le dice que no a entrar en una casa ajena a robar gasolina para vendérsela a los demás cuando no quede gasolina en la ciudad.

El barrio residencial no era de mapeado sencillo, una especie de laberinto de chalés adosados y gente paseando caniches aparecía ante él. Los caniches eran feos. Pero los laberintos molaban. Preguntar a la gente no está dentro de lo lógico cuando vives una aventura... de hecho sí lo está: pero averiguar por dónde estaba el dragón (ese que no existe) era más divertido y estúpido. Admitámoslo, nuestro protagonista es idiota.

Después de unas sub-aventuras sin importancia, bastante desdeñables pero jodidamente importantes para la historia, Ata llegó a la puerta con un jardín abriéndose paso a sus lados. Una verja de hierro negro forjado, una puerta blanca con un tirador en color dorado y un timbre de color blanco anunciaban lo que ya sabía: es hora de descansar.