viernes, febrero 27, 2009

Diario de cuadernito 1.

He ido al Mercadona a comprarme un bocadillo de queso (tenía hambre y no había comido, lo típico). Delante de había un tío con un paquete de chicles. El paquete en cuestión, azul y de Trident, costaba 1'35 €. Mi bocadillo costaba 1 €.

No soy un experto, pero creo que como mejor que el tío de los chicles. Y más barato.

Después de todo, ¿qué utilidad real tienen los chicles? No sé, me sorprende que algo que alimente más (o, simplemente, alimente) sea más barato... a ver, hay miles de cosas así, pero lo he pensado con ésta.

Ahora recuerdo una frase que me dijo el Señor Lila que le dijo un amigo "Yo no como chicles. Es que todo lo que me meto en la boca me lo trago".

jueves, febrero 26, 2009

Y me paro en la esquina a apuntar que feo es ese vestido de esa tía.

He hecho eso que todo el mundo dice que se debería hacer. Me he comprado una libretita para el bolsillo. Para ir apuntando cosas, pensamientos y cosas que vea. Realmente me viene bien. Pienso demasiado y demasiado se me olvida. Sería bastante gracioso que todo el mundo hiciera lo mismo, así la gente no olvidaría cosas y escribiría más, y tendría buenas ideas.

Por otro lado, puede que el que inventó la bomba atómica, fue porque se le ocurrió un día algo parecido y apuntó la idea en su libretita. O que Hitler estuviese esperándo el autobús y pensase "Mmm, y si extermino a los judíos y conquisto el mundo", y lo que era una simple idea que se podría haber quedado en el olvido, acabó siendo un putada de hechos históricos.

En fin, quizás a partir de ahora escriba más en el blog gracias a eso. No soy el prota de Memento, pero sería malo que me apuntase "Cerrar el blog" xD.

viernes, febrero 20, 2009

Esto es lo que recuerdo de los Scout.

En las noches cuando la luna
como plata se eleva
y la selva ilumina
y también las praderas
viejos lobos de la tribu cantarán
al espíritu...
al espíritu del fuego...

Anikuni ua ua ni
gua gua gua nika gua gua gua
ealauni nisini
ealauni nisini
anikuni anikuni anikuni ¡ah!

viernes, febrero 13, 2009

¡Qué cosas tan bonitas me dicen!

Señora Naranja Cítrico:

"Haces unos comentarios que resultan de todo menos atractivos a las mujeres".

martes, febrero 10, 2009

¿Yo? Un padrazo.

A los 16 años tendré esta conversación con mi hijo en un bar:

Bichu: Niño, ¿tú bebes?
MiniBichu: No papá.
Bichu: ¿Seguro?
MiniBichu: Sí papá.
Bichu: ¿De verdad?
MiniBichu: ¡Que sí!
Bichu: Hmm, a ver, si yo te enseño este cubata (levantar cubata y enseñar), ¿tú qué dirías que lleva?

Entonces hay dos posibles opciones:

Opción 1.
MiniBichu: Vodka.
Bichu: ¡Ajá! ¡Lo sabía! Anda niño, bébete el cubata.

Opción 2.
MiniBichu: Ron.
Bichu: ¡A mí no me engañas! Sabes perfectamente que es vodka. Anda niño, bébete el cubata.

lunes, febrero 09, 2009

Ejemplificación de Vacío.

- Ey tío, ¿bebemos?
- Vale.

- ¿Fumas?
- Claro.

- ¿Has visto a esa tía?
- Uff... Sí.

-¿Bebemos otra vez?
- Sí.

- Tío, ¿te acuerdas ayer?
- Sí, ¡Cómo bebimos!

miércoles, febrero 04, 2009

Cuando el amarillo se torna verde.

Todo comenzó el día en el que dos limones decidieron presentarse en nuestra nevera. Los limones, como bien sabe todo el mundo, no se comen, se exprimen. Se exprimen para sacar su jugo y rociar con él alimentos mas sustanciales.

Poco tiempo después de llegada de estos ácidos frutales (poco tiempo expresado en términos humanos, en términos limonescos evidentemente mucho más), ocurrió un hecho común entre las gentes inácidas (comúnmente llamadas "humanos").

Este hecho, que no es común en la tierra donde los limoneros dan más sombra que las damas de acero. Y que tampoco es conocido en el lugar a donde van a parar los limones caídos que, aunque son tratados como desertores por sus compañeros aún arramados y ahojados, siguen siendo limones, hecho irrevocable estén en el glacial de la ciudad en que estén.

Lo que aquí es llamado "un hecho", debería ser llamado "El Hecho" en nomenclatura limonística, pues marca un antes y un después en la vida de un limón. "El Corte". El limón se corta por la mitad, se secciona, se divide, se dicotomía.

Sin embargo, contrariamente a lo que se cree en la cultura de los carentes de orden interno distribuido por gajos, no se parte a un limón por la mitad, se divide a dos limones que están unidos.

No existen "limones" y "limonas", los citrales amarillos están por encima de las diferencias de sexo. Ellos se unen para sobrevivir, uno sin el otro no puede existir, pues no existen, coexisten.

Cuando el ser inácitrado lleva a cabo la ejecución del denigrante corte, separa dos entes destinados a estar juntos desde que en el pasado se programara el devenir de los tiempos. ¡Tal es la superioridad de los seres de jugo rojo! ¡Tal es la superioridad que piensan que por derecho les corresponde!

Cuando nuestros dos limones fueron brutalmente divididos tras sacarlos del glacial secundario que es nuestra nevera, uno fue exprimido y otro fue olvidado...

Solo el Gran Limón podría discernir cual de las dos penalidades fue más sufrida. Me atrevería a aventurar, que la segunda, pues, aunque después de ser exprimido se pasa a un infierno de plástico a veces negro, a veces azul, a veces de cualquier otro color, al menos, después de eso se te acaba el dolor.

La segunda opción, el olvido es más denigrante, te marchitas en tu soledad, sin la compañía que has tenido durante todas las edades de tu vida. Se muere solo, sí, es horrible, pero antes de eso se pierde la identidad, lo que hace que un limón sea un limón.

Cuando el amarillo se torna verde no hay nada que hacer, un limón ya no es un limón, ha partido hacia su irrevocable viaje al templo de los marchitos, donde no hay cabida para los sanos de espíritu y solo se predica la soledad y el autismo. Supongo que es mejor un infierno de plástico que un purgatorio de lo aislado.

Cuando un limón no es amarillo, deja de ser un limón.

martes, febrero 03, 2009

Siempre un 29 de Febrero, siempre...

Fue en una estación de autobuses, donde empiezan y acaban tantas historias que conozco y conoceré. Aunque no conozco ninguna que comenzase un 29 de febrero.

Corría el año... no sé, solo sé que era bisiesto. Sé que eran las siete menos cuarto de la tarde, y sé que en ese momento aún no sabía nada realmente. Tenía ocho años.

Ella, como tantas otras mujeres antes de ser mujeres, también era una niña. Lazo rojo en el pelo. No recuerdo mucho más de ella en aquellos tiempos y, probablemente, ella tampoco me recuerde mucho de la primera vez que nos vimos. Jugamos un rato, ni siquiera recuerdo a qué, pero había en ella algo que me atraía, aunque, evidentemente, en aquél tierno momento de mi vida, solo era el deseo de seguir jugando con ella.

Sí, de pequeña jugaba con muchos niños, era una niñita bastante sociable, ahora no lo soy tanto, el tiempo cambia demasiado a la gente.

Por aquel entonces no recuerdo mucho de mí, salvo que odiaba ese puto lazo rojo que mi madre me ponía siempre en la cabeza, parecía una repipi, aunque tampoco me importaba demasiado, cuando me ponía a jugar se me olvidaba que lo llevaba puesto.

La verdad es que de aquél 29 febrero no recuerdo nada, con siete años quién se acordaría de un día normal en la estación de autobuses.


Volvió el otro 29 de febrero, siempre el 29 de febrero, ya no llevaba lazo, pero sabía perfectamente que era ella.

Inmediatamente la reconocí, y me acerqué a ella. No me reconoció. Eso no me pareció tan malo, mentiría si dijese que si me hubiera reconocido hubiese sido inmensamente feliz, pero no le di demasiada importacia.

Ese día contaba ya con doce años, aún era un chiquillo, pero al menos tenía la cabeza mejor consolidada, así que le pregunté su nombre. Se llamaba Ana. Ese día volvimos a jugar juntos.

Era muy pequeña, no tengo tan buena memoria como para acordarme de un niño con el qué jugué a los diez, once o doce años durante poco más de una hora un día.

Sé que aquél día estaba en la estación, porque el día siguiente era una fecha importante para mi familia, pero no recuerdo nada.

Otra vez de nuevo el 29 de febrero, mira que hay fechas en el calendario, pues tuvo que ser la única que solo se repite cada cuatro años. Supongo que mala suerte la mía.

Ya tenía en mi haber 16 años, mi adolescencia estaba en plena ebullición, y sabía que si me la volvía a encontrar, intentaría hacer algo un poco más allá que jugar esta vez.

Evidentemente me la volví encontrar. Se sintió extrañada al verme de nuevo. Fui a por ella y la saludé. Por alguna razón se sentía incómoda conmigo. Pronto averigüé la razón.

Me la llevé a una esquinita de la estación y comencé a besarla. Ella me siguió, aunque al poco rato tuvo que irse porque perdía el autobús.

Recuerdo a un chico que se me presentó una vez en la estación de autobuses. Era 29 de febrero, y yo tenía 15 años.

Este muchacho se me acercó, como si le conociese de toda la vida, empezó a hablarme y acabó llevándome a una esquina de la estación. Comenzó a besarme. Me quedé muy extrañada, pero le seguí un poco el juego, sin saber de que iba todo eso, aún estaba en la edad esa de experimentar, y un desconocido era algo interesante.

Pronto recapacité un poco y me deshice de él.

Ya estaba en plena juventud... tenía mis 20 años y, una vez más, tenía en el calendario un 29 de febrero. Ya era bastante más maduro, en todos los sentidos. Y ella también.

La encontré sentada en un banco, esplendorosa, de belleza inmutable, había cambiado un poco desde la última vez que nos encontramos, se había teñido el pelo de negro y se había desarrollado bastante bien.

Me senté a su lado y le hablé, tímidamente me contestó. Tras hablar un poco y flirtear un rato acabamos yendo al cuarto de baño de la estación y... bueno, pasó lo que pasó.

¿El chico de la estación? ¿De cuál? El 29 de febrero... Lo recuerdo. Ese tipo se me presentó como si me conociera de toda la vida, evidentemente quería ligar conmigo. En ese tiempo no era yo muy recatada, así que le hice que me siguiera hasta el baño y allí me lo tiré, fue algo normal. Ni recuerdo su nombre.

Por fin tuve 24 años, había terminado mi carrera y no pensaba más que en Ana. La vi, diría que estaba más alta y que se había rizado el pelo, pero seguía tan hermosa como siempre.

Me acerqué a ella, me arrodillé y le pedí formalmente que se casase conmigo. Me miró muy sorprendida y dijo que necesitaba tiempo, lo comprendí perfectamente. Se tuve que ir muy rápido esa vez, pero me pareció lógico, pues había sido muy grande la sorpresa. En ese momento me dije que el próximo año conseguiría que aceptase...

Bueno, yo tenía 25 años cuando ocurrió, era el 29 de febrero, iba a coger un autobús para visitar a unos amigos en Salamanca cuando apareció ese tío. Desde entonces odio esa fecha y nunca viajo en ella.

Se me arrodilló y me dijo que me casase con él. ¿Te lo imaginas? No lo había vista en mi vida, me quedé casi en shock, apenas reaccioné. No era una broma, ese tipo iba en serio, debía de estar loco, le empecé a dar largas y me fui corriendo lo más rápidamente posible.

Era el séptimo 29 de febrero que la veía, la suerte estaba de mi parte. Esta vez diría "sí".

La volví a ver, en el mismo sitio que la otra vez. Esta vez me quedé mirándola, y me devolvió la mirada, claramente esperaba que yo diese el primer paso de nuevo. Me acerqué y seguí un método similar al de la última vez.

Fue un poco reticente al principio, pero me dijo que sí. Mi felicidad se desbordó. La abracé, la llevé en volandas y nos metimos en mi coche. Sí, coche, hacía años que no iba a la estación para tomar un autobús, solo iba para verla a ella.

Aun cuando aceptó el casarse conmigo, la boda no pudo ser inmediata, y tuve que esperar otros 4 años para poder verla.

Esta historia es difícil de contar. Me encontraba en la estación de autobuses, un 29 de febrero iba a tomar un autobús para Córdoba, para ver a mi familia. Estaba esperando en un banco a que llegase la hora de salir cuando él apareció...

Se me quedó mirando, cuando me di cuenta le miré yo a él para ver que quería. De pronto, se acercó y me pidió que me casara con él. Rápidamente le dije que no, el hombre empezó a sudar, me agarró del brazo y me llevó a rastras hasta su coche. Me metió en el asiento trasero y empezó a forzarme, me llamaba Ana y mascullaba cosas que no entendía.

Al final, por puro miedo, le dije que aceptaba, que me casaría con él, pero que me dejase en paz. Increíblemente se tranquilizó y me dejó que me fuera. Fue un día que no olvidaré nunca, nunca había sentido tanto terror.


Por fin llegó el día que sería el de mi boda, estaba ahí, esta vez de pie, había perdido un par de kilos para la ocasión. En cuanto la vi fui corriendo a por a ella y la abracé, se quedó paralizada un momento, algo típico de Ana.

Me apartó un momento para verme bien, cuando lo hizo cogí y le planté un buen beso en la boca, fue un beso corto pero intenso. Fuimos al coche y la llevé a la iglesia que estaba cerca de mi casa. Allí nos casamos y desde entonces vivimos juntos.

Ángeles era mi mujer, una buena mujer, y una buena madre, teníamos dos hijos. Según contaron los testigos del caso, un hombre se acercó a ella el 29 de febrero, la abrazó y la besó, ella intentó quitárselo de encima, pero él la levantó y, entre forcejeos, la metió en su coche, los guardias de seguridad no tuvieron ni tiempo de reaccionar.

No se supo nada más de ella hasta 4 años después, justo 4 años, otro 29 de febrero. Su cuerpo apareció en la casa del hombre que la había secuestrado. Al parecer el hombre se había suicidado, los vecinos escucharon el tiro que se pegó y, cuando la policía entró en la casa, encontraron también el cuerpo de Ángeles, llevaba casi 4 años muerta.

En el bolsillo del hombre se encontró una nota que narraba la supuesta historia que le había llevado a secuestrarla.