martes, febrero 03, 2009

Siempre un 29 de Febrero, siempre...

Fue en una estación de autobuses, donde empiezan y acaban tantas historias que conozco y conoceré. Aunque no conozco ninguna que comenzase un 29 de febrero.

Corría el año... no sé, solo sé que era bisiesto. Sé que eran las siete menos cuarto de la tarde, y sé que en ese momento aún no sabía nada realmente. Tenía ocho años.

Ella, como tantas otras mujeres antes de ser mujeres, también era una niña. Lazo rojo en el pelo. No recuerdo mucho más de ella en aquellos tiempos y, probablemente, ella tampoco me recuerde mucho de la primera vez que nos vimos. Jugamos un rato, ni siquiera recuerdo a qué, pero había en ella algo que me atraía, aunque, evidentemente, en aquél tierno momento de mi vida, solo era el deseo de seguir jugando con ella.

Sí, de pequeña jugaba con muchos niños, era una niñita bastante sociable, ahora no lo soy tanto, el tiempo cambia demasiado a la gente.

Por aquel entonces no recuerdo mucho de mí, salvo que odiaba ese puto lazo rojo que mi madre me ponía siempre en la cabeza, parecía una repipi, aunque tampoco me importaba demasiado, cuando me ponía a jugar se me olvidaba que lo llevaba puesto.

La verdad es que de aquél 29 febrero no recuerdo nada, con siete años quién se acordaría de un día normal en la estación de autobuses.


Volvió el otro 29 de febrero, siempre el 29 de febrero, ya no llevaba lazo, pero sabía perfectamente que era ella.

Inmediatamente la reconocí, y me acerqué a ella. No me reconoció. Eso no me pareció tan malo, mentiría si dijese que si me hubiera reconocido hubiese sido inmensamente feliz, pero no le di demasiada importacia.

Ese día contaba ya con doce años, aún era un chiquillo, pero al menos tenía la cabeza mejor consolidada, así que le pregunté su nombre. Se llamaba Ana. Ese día volvimos a jugar juntos.

Era muy pequeña, no tengo tan buena memoria como para acordarme de un niño con el qué jugué a los diez, once o doce años durante poco más de una hora un día.

Sé que aquél día estaba en la estación, porque el día siguiente era una fecha importante para mi familia, pero no recuerdo nada.

Otra vez de nuevo el 29 de febrero, mira que hay fechas en el calendario, pues tuvo que ser la única que solo se repite cada cuatro años. Supongo que mala suerte la mía.

Ya tenía en mi haber 16 años, mi adolescencia estaba en plena ebullición, y sabía que si me la volvía a encontrar, intentaría hacer algo un poco más allá que jugar esta vez.

Evidentemente me la volví encontrar. Se sintió extrañada al verme de nuevo. Fui a por ella y la saludé. Por alguna razón se sentía incómoda conmigo. Pronto averigüé la razón.

Me la llevé a una esquinita de la estación y comencé a besarla. Ella me siguió, aunque al poco rato tuvo que irse porque perdía el autobús.

Recuerdo a un chico que se me presentó una vez en la estación de autobuses. Era 29 de febrero, y yo tenía 15 años.

Este muchacho se me acercó, como si le conociese de toda la vida, empezó a hablarme y acabó llevándome a una esquina de la estación. Comenzó a besarme. Me quedé muy extrañada, pero le seguí un poco el juego, sin saber de que iba todo eso, aún estaba en la edad esa de experimentar, y un desconocido era algo interesante.

Pronto recapacité un poco y me deshice de él.

Ya estaba en plena juventud... tenía mis 20 años y, una vez más, tenía en el calendario un 29 de febrero. Ya era bastante más maduro, en todos los sentidos. Y ella también.

La encontré sentada en un banco, esplendorosa, de belleza inmutable, había cambiado un poco desde la última vez que nos encontramos, se había teñido el pelo de negro y se había desarrollado bastante bien.

Me senté a su lado y le hablé, tímidamente me contestó. Tras hablar un poco y flirtear un rato acabamos yendo al cuarto de baño de la estación y... bueno, pasó lo que pasó.

¿El chico de la estación? ¿De cuál? El 29 de febrero... Lo recuerdo. Ese tipo se me presentó como si me conociera de toda la vida, evidentemente quería ligar conmigo. En ese tiempo no era yo muy recatada, así que le hice que me siguiera hasta el baño y allí me lo tiré, fue algo normal. Ni recuerdo su nombre.

Por fin tuve 24 años, había terminado mi carrera y no pensaba más que en Ana. La vi, diría que estaba más alta y que se había rizado el pelo, pero seguía tan hermosa como siempre.

Me acerqué a ella, me arrodillé y le pedí formalmente que se casase conmigo. Me miró muy sorprendida y dijo que necesitaba tiempo, lo comprendí perfectamente. Se tuve que ir muy rápido esa vez, pero me pareció lógico, pues había sido muy grande la sorpresa. En ese momento me dije que el próximo año conseguiría que aceptase...

Bueno, yo tenía 25 años cuando ocurrió, era el 29 de febrero, iba a coger un autobús para visitar a unos amigos en Salamanca cuando apareció ese tío. Desde entonces odio esa fecha y nunca viajo en ella.

Se me arrodilló y me dijo que me casase con él. ¿Te lo imaginas? No lo había vista en mi vida, me quedé casi en shock, apenas reaccioné. No era una broma, ese tipo iba en serio, debía de estar loco, le empecé a dar largas y me fui corriendo lo más rápidamente posible.

Era el séptimo 29 de febrero que la veía, la suerte estaba de mi parte. Esta vez diría "sí".

La volví a ver, en el mismo sitio que la otra vez. Esta vez me quedé mirándola, y me devolvió la mirada, claramente esperaba que yo diese el primer paso de nuevo. Me acerqué y seguí un método similar al de la última vez.

Fue un poco reticente al principio, pero me dijo que sí. Mi felicidad se desbordó. La abracé, la llevé en volandas y nos metimos en mi coche. Sí, coche, hacía años que no iba a la estación para tomar un autobús, solo iba para verla a ella.

Aun cuando aceptó el casarse conmigo, la boda no pudo ser inmediata, y tuve que esperar otros 4 años para poder verla.

Esta historia es difícil de contar. Me encontraba en la estación de autobuses, un 29 de febrero iba a tomar un autobús para Córdoba, para ver a mi familia. Estaba esperando en un banco a que llegase la hora de salir cuando él apareció...

Se me quedó mirando, cuando me di cuenta le miré yo a él para ver que quería. De pronto, se acercó y me pidió que me casara con él. Rápidamente le dije que no, el hombre empezó a sudar, me agarró del brazo y me llevó a rastras hasta su coche. Me metió en el asiento trasero y empezó a forzarme, me llamaba Ana y mascullaba cosas que no entendía.

Al final, por puro miedo, le dije que aceptaba, que me casaría con él, pero que me dejase en paz. Increíblemente se tranquilizó y me dejó que me fuera. Fue un día que no olvidaré nunca, nunca había sentido tanto terror.


Por fin llegó el día que sería el de mi boda, estaba ahí, esta vez de pie, había perdido un par de kilos para la ocasión. En cuanto la vi fui corriendo a por a ella y la abracé, se quedó paralizada un momento, algo típico de Ana.

Me apartó un momento para verme bien, cuando lo hizo cogí y le planté un buen beso en la boca, fue un beso corto pero intenso. Fuimos al coche y la llevé a la iglesia que estaba cerca de mi casa. Allí nos casamos y desde entonces vivimos juntos.

Ángeles era mi mujer, una buena mujer, y una buena madre, teníamos dos hijos. Según contaron los testigos del caso, un hombre se acercó a ella el 29 de febrero, la abrazó y la besó, ella intentó quitárselo de encima, pero él la levantó y, entre forcejeos, la metió en su coche, los guardias de seguridad no tuvieron ni tiempo de reaccionar.

No se supo nada más de ella hasta 4 años después, justo 4 años, otro 29 de febrero. Su cuerpo apareció en la casa del hombre que la había secuestrado. Al parecer el hombre se había suicidado, los vecinos escucharon el tiro que se pegó y, cuando la policía entró en la casa, encontraron también el cuerpo de Ángeles, llevaba casi 4 años muerta.

En el bolsillo del hombre se encontró una nota que narraba la supuesta historia que le había llevado a secuestrarla.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Eso es... Es... La gilipollez más grande de todo el puto universo.

Y es maravilloso!!!!!