sábado, octubre 06, 2012

Impresión. Salido del alcohol.

Miró a través de las ventanas engastadas en fino hierro negro, desde donde divisaba a aquellos extraños cocodrilos con sombrero marrón, que se movían lentos y parsimoniosos como cangrejos bajo rocas de tiza. No sabía a dónde ir, quizás debía saltar y volar, o quizás volar y saltar... tal vez simplemente debiera saltar y saltar, y luego estrellarse contra las rocas ¿Desde cuándo había un mar ahí? Ni idea, no lo sabía, pero el chicle del zapato hacia juego con el rosa marino que estaba bajo su cabeza. Así que al final, en lugar de volar y saltar y saltar y saltar, únicamente voló y voló y luego saltó, con lo que fue a caer hacia el fondo marino que bajo ella estaba. Los peces tenían una forma abigarrada y emitían un olor fétido, cosa rara, ya que debajo del mar no se puede oliscar como es debido. Metiose bajo una gran roca de pedernal y fue a parar a un valle submarino, donde la esperaba el hombre gris. Pero, al acercarse, descubrió que gris no era, simplemente un color entre el blanco y el negro, pero no era gris, era... otro color. En cualquier caso, el hombre no gris se levantó el sombrero, la saludó diciendo "Señora" y se marchó por un túnel que hace unos pocos segundos no estaba, así que decidió seguirlo, mas la abertura del túnel ya no estaba. "Ha desaparecido", pensó. Pero no había desaparecido, simplemente se había ido sin que ella hubiera visto bien cómo. Por unos instante titubeó acerca de lo que quería hacer, se dijo que querer es poder y que no querer es no poder, de tal modo que como no podía seguirlo, no quería, así que dio media vuelta, montó sobre su unicornio submarino y cabalgó sobre las corrientes marinas, cabalgó sobre las olas, cabalgó sobre el aire, sobre las nubes, sobre la troposfera y llegó al espacio, donde cabalgó sobre cuantos de luz y ondas de diversa magnitud, cabalgó a través del tiempo, a través de la realidad, a través de la no realidad, y cuando por fin el unicornio estaba jadeante y echando espuma por la boca, se bajó de él en una maraña de arrealidad que no era ni blanca ni negra, aunque estaba entre los dos colores, pero no era gris. Le cortó el cuerno al unicornio, de tal modo que en caballo lo convirtió, así que ya se lo podía comer sin miedo a las maldiciones de la protectora de animales, se llenó el estómago, recordó un libro donde un astronauta decía algo como "¡Oh, Dios mío! Está lleno de estrellas", y se durmió en la urdimbre de ese lugar donde no estaba, donde no existía, y donde todo lo que podía hacer era querer querer hacer algo.

Mmm, comida...