miércoles, agosto 25, 2010

Historia de la evolución.

Hace tiempo, cuentan que por Los Madriles, apareció un misterioso ratón que comerciaba con los dientes de los niños. Dicho ratón vivía en una caja de galletas con su familia, y todas las noches, a la hora en la que los niños buenos se van a la cama, salía de su hogar y recorría los entresijos de la ciudad en busca de huecos donde poder meterse en las casas.

Al parecer el ratoncito tenía algún tipo de olfato especial o de radar para detectar en qué lugar había dientes debajo de la cama que poder coger. Como también parecía tener un don especial para sisar dinero de los bancos, aunque hay quien dice que tenía una cuenta corriente en la Bahamas; este asunto, como todos los que implican dinero en la vida, está lleno de misterio.

¿Cómo se extendió su leyenda? Los historiadores no se ponen de acuerdo, unos más modernos dicen que el ratón poseía algún tipo de poder telepático que inducía a la gente a poner sus dientes bajo la cama; otro menos fantasiosos decían simplemente que el ratón era muy listo y escribió una carta (con perfecta caligrafía según dicen) al padre de un niño pobre, para que comprobase y difundiera su historia. Incluso una teoría intermedia, ideada por gente muy gris, sugiere que escribió la carta mediante poderes.

Un ratón muy bueno, muy amable, muy rico, muy... rápido. Demasiado rápido para un ratón, todas las noches debía recorrerse todas las calles de Madrid, luego las de España, y luego las del mundo. Se sabe que Papá Noel para el tiempo, que los Reyes Magos tienen camellos que resquebrajan las leyes de la física, y que el zombi de Janucá es judío. Pero nuestro ratón es solo un ratón comerciante común. En libros antiguos, se cuenta que hizo una compañía secreta, con una gran población de ratones de habla hispana (y con una ardilla cantábrica) para poder llegar a todas las camas todas las noches.

Durante muchos años la compañía trabajó bien, llevando dinero a cambio de dientes a muchos niños. El ratón artífice de este gran trabajo se sentó en su trono de cristal, adquieriendo incluso un patronímico humano, Pérez; y dirigió con mano de hierro su imperio odontoeconómico... pero hubo alguien que no estuvo de acuerdo con su forma de llevar la empresa, hizo preguntas, indagó en los archivos, descubrió secretos, y por ello fue despedido, arrojado del reino de Pérez por ser el Portador de Luz.

Dolido por la patada que le dieron, el disidente comenzó a guardar rencor, se recluyó en su propio santuario, obsesionado con la venganza, con la destrucción de Pérez y su ímpetu megalomaníaco. Pasó años intentando hallar un plan satisfactoio para él, mientras iba robando dientes sin dejar nada a los niños, adelantándose a las tropas de Pérez. Por fin, un día dio con la solución, tan simple como efectiva, robaría dinero y dejaría dientes. Se convirtió en el Antirratoncito Peréz.

Tentó a los demás ratones con vidas fáciles y de lujos, y muchos le siguieron. Al cabo de un tiempo, comenzó una guerra en las cloacas de medio mundo, que trajo consigo la destrucción de un tercio de los ratones, de un tercio de las aguas fecales y de un tercio de los hongos que habitan en el subsuelo. Al final, solo quedaron los ratones que nunca se inmiscuyeron en los ardides imperiales ni vengativos, aquellos que arriesgaban su vida por un trozo de queso ante feroces gatos (aunque también quedaron los ratones de laboratorio).


Y esa es la verdadera historia de por qué los ratones no gobiernan el mundo.

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