jueves, julio 23, 2009

Tierra mojada.

Volvía a casa después de un partido de fútbol, un típico partido de fútbol jugado por un típico chaval de dieciséis años, cuando empezó a llover, no a llover, más bien a chispear. Se paró, dio una vuelta sobre sí mismo mirando al cielo nocturno, adivinando la figura de la gran nube que vertía su fina agua sobre él. Comenzó a oler a algo.

Estaba cerca de un parque, un parque normal, con árboles, con césped, y con tierra. La lluvia mojaba todo, aunque aún era fina, y así seguiría siendo hasta que acabase de llover, pero eso sería más tarde.

La lluvia mojó la tierra. Y eso fue lo que olió el muchacho, la tierra y la lluvia, la tierra mojada. Era un olor extraño, y por ello característico, no se podría decir si el olor le resultaba bueno o malo.

La lluvia continuó en los minutos que el casi hombre continuó andando hasta su casa, incluso se acrecentó un poco, y el joven se paró de nuevo a ver como caían las gotas, preguntándose por qué no le molestaba que le cayesen en los ojos, quizás eran demasiado finas...

Su casa quedaba ya a un minuto, llegado a tres pasos del portal se preguntó si estaría bien quedarse un rato bajo el agua. Entró en el portal. El olor que le acompañaba se paró.

El muchacho no pudo decir si el olor a tierra mojada era bueno o era malo, pero sí supo que entrar en el portal fua algo que no debió hacer.

Debió esperar fuera, a que la lluvia acabara, decidiendo si ese olor era bueno o malo, justo lo que hacía antes de entrar en el portal. Pues cuando entró en el portal dejó de pensar, la ausencia de ese olor estimulante hizo que su mente no trabajase más en su dilema, y por ello tendrá que esperar a que vuelve a llover cerca de la tierra.

Quizás nunca llegue a saber qué hubiese decidido en ese momento de haberse quedado fuera, nunca sabrá si en ese momento de su vida la tierra mojada olía bien u olía mal.

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