domingo, marzo 29, 2015

Andrea.

Sin saber cómo, iba con mi amiga Rocío a comprar un helado, no recuerdo por qué estábamos allí, cómo habíamos llegado, o cuál era el motivo por el que Rocío ahora vivía en Málaga; pero allí estábamos los dos.

Me encontré a Andrea en esa heladería de Málaga, iba con su padre, un hombre ya mayor, con el pelo cano, y que no parecía muy contento de que estuviese allí. Ella tenía una cara preciosa, un pelo castaño oscuro ondulado, y una boca grande y sonriente. Era una mujer grande, aunque no muy alta, con anchas caderas, aunque todo muy bien proporcionado.

Me saludó con una gran sonrisa, realmente contenta de verme. Al principio no estaba seguro de quién era, pero después de un momento caí en que era una amiga de hace muchos muchos año, doce o quince al menos.

Allí en la Heladería Inma, Andrea me contó que había pasado muy lejos esos años, y prácticamente encerrada. No me dijo más, pero sospeché que ese alejamiento no había sido por su propia voluntad, aunque preferí no preguntar.

Me contó que ahora se encontraba muy bien, y que estaba aprovechando para hacer de todo y aprender de todo; y al parecer esto último lo hacía muy rápido. Sin ir más lejos, hacía muy poco tiempo se había puesto a aprender belga, aunque con acento colombiano, y en solo un par de meses, ya lo dominaba.

Iba acompañado por Rocío todo el tiempo, aunque me dijo que tenía que irse; y pensó que me quedaría con Andrea. A mí recién descubierta amiga de la infancia le sorprendió en cuanto Rocío se fue, porque inmediatamente me dijo que no podía quedarse, que tenía que ir a un sitio con su padre; tras lo cual su padre me lanzó una severa mirada de afirmación. Le comenté que no se preocupara, que yo no vivía en Málaga, pero que tenía las llaves del piso de mi amiga, y que estaba muy cerca de allí.

Quedamos en volver a vernos algún día. Nos separamos y fuimos cada uno por una calle distinta, aunque paralela. Al pasar por un bar que conectaba ambas calles, la vi a través de los grandes ventanales de este entrar en él. Al principio no me vio, pero yo me quedé parado y ella me miró, se quedó quieta un momento y comenzó a hacer gestos de escribir en el aire ¡Habíamos olvidado darnos los números de teléfono!

Tranquilamente me acerqué a la entrada del bar que estaba en mi calle, mientras Andrea se dirigía a la misma. Me dio entonces su número, y repetimos que nos llamaríamos. Me lo dijo con una sonrisa muy amplia, enseñando sus bonitos dientes; fue una de esas sonrisas cálidas, que te demuestran que existen cosas buenas en el mundo, aún por descubrir, aún por investigar, aún por empezar a querer. Se volvió a meter en el bar, y yo me fui al piso de mi amiga.

Nunca me llamó o la llamé.

Allá donde esté o no esté, espero que se lo esté pasando bien, que aprenda muchas cosas, que sea feliz, y que hable mucho belga con acento colombiano.

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