domingo, abril 01, 2012

TetrAta.

El descansó le pareció a Ata que había durado un año y dos semanas, pero por fin estaba listo para continuar. Aporreó el timbre con una desgana inusual, parecía que las ganas de aventura le habían vuelto, pero no las fuerzas para continuarla. Aún así, siguió adelante, es lo que se hace cuando no tienes nada que hacer y demasiado camino recorrido en bici para regresar.

La puerta la abrió una magnífica, aunque no escultural, muchacha de unos 20 años, la cuál, intuía Ata que, o era la hija del tal Arnau Casas, o era la mujer, sea como fuere, se podía estar orgulloso de pertenecer a la misma familia de la chica.

Sofía Casas. Ese era su nombre. Dado que esto no es Estados Unidos, tenía que ser la hija, a no ser que la mujer se hubiese cambiado el apellido por el del marido o tuviese casualmente el mismo. Ata no lo sabía, pero en una realidad alternativa Sofía se había abalanzado sobre él y se lo había follado allí mismo contra la verja negra. Ata hubiese sonreído de saber esto, claro que no hubiese sonreído tanto si conociera la realidad en la que ella le descuartiza y la realidad del universo de payasos. Normalmente el protagonista pensaba en estas cosas, pero ahora estaba demasiado ocupado como para recordar su nombre, qué estaba haciendo allí, y cómo se mantenía uno de pie con sólo dos piernas (de modo que Ata comenzó a flotar, pero nadie lo advirtió).

Tras unas breves y verborreicas presentaciones, pudo entrar en la casa y pasar al salón, donde se encontraba Arnau viendo la televisión mientras miraba el ordenador.

- Mi hija está buena ¿verdad? - preguntó con picardía el hombre ligeramente avejentado que se acababa de levantar a saludarle.
- ... Sí... - respondió tímidamente Ata.

Arnau era un hombre muy dicharachero y orgulloso de sí mismo y de su familia. Sonrió al recordar la vieja maqueta de Los Lechugos, pero no acabó de entender el motivo por el que había recibido la visita, así que lo preguntó.

- Bueno, todo esto es muy interesante, pero por qué estás aquí exactamente.
- Mmm... La verdad es que no lo sé. Me puse a investigar y acabé aquí, yo tampoco sé muy bien qué intención tengo.
- Muy buena respuesta pequeño amigo. Está claro que no me buscas a mí o los componentes de Los Lechugos. Estoy casi seguro de que tampoco te buscas a ti, eso solo se descubre cuando ya has dejado de ser esa persona que has encontrado, o si buscas miembros de una compañía de teatro. De modo que solo te queda por encontrar una sola cosa. Y amigo mío, lo creas o no, esa cosa, es mi hija.
- ¿Perdone? - preguntó sorprendido el buen Ata.
- Así como lo oyes. Buscas un complemento muchacho, algo que te complete, que sientas que no necesitas nada más, o que no hay nada que no puedas dejar por ello. Normalmente eso se encuentra en una mujer, aunque también hay casos en los que lo único que se necesita es una lechuga, una vaca o todo el pescado que puedas comer; pero son casos raros. Buscas una mujer, y como la mía es mía y no la pienso compartir contigo a no ser que tengas oscuros hábitos, en esta casa sólo queda mi hija.
- Disculpe. No es que no le crea. Pero cómo sabe todo eso que acaba de decirme, - preguntó intrigado.
- Chaval. Por el simple motivo de que sé de lo que hablo, y sé de lo que me hacen hablar. Además, soy cojonudo diciendo cosas a boleo semifilosóficas y acertando. Pero creo que ya sabes que he acertado.

Y Ata lo sabía. Sabía, en su interior, en su exterior, y en alguna parte del pie, que ese viejo loco tenía algo de razón.

En una realidad alternativa ya se habían acostado, en otra ya se habían matado, en esta acababan de conocerse y no había pasado nada. Y en ésta seguiría sin pasar nada, ni muerte ni sexo... ni amor. El destino en el que Ata no creía le deparaba algo muy distinto a Sofía, y él lo sabía. Cuando no crees en el destino, es muy fácil echarle la culpa.

Acababa de aprender lo que buscaba realmente, y esperaba con todas sus fuerzas que fuese una mujer y no una vaca. Sólo había una forma de conseguir saber exactamente lo que deseaba, y era terminar la aventura que había empezado. No porque realmente lo fuese a saber, que no; no porque se engañase a sí mismo pensando que lo sabría al terminarlo, que sí; ni siquiera porque hay que terminar lo que se empieza. Sabría lo que desearía realmente al terminar la aventura porque lo que deseaba realmente ahora era terminar la aventura. Lo malo de aprender cosas de viejos parlanchines y sabelotodos es que las cosas que aprendes suelen estar mal, por muy convencido que te hayas quedado y muy guay que sea lo que te han contado.

Ata, por supuesto, no lo sabía, pero cuando acabase su periplo, no sería ni más sabio, ni tendría más conocimientos, ni se sentiría mejor consigo mismo, lo único que tendría sería algo para contar en alguna ocasión, cuando la ocasión lo requiriese, o cuando el alcohol lo expulsase; al menos tendría otra cosa en la que concentrarse, que, dicho sea de paso, no estaría de más que fuese en los estudios que estaba dejando por hacer el capullo durante varios días.

Dejó la casa de Arnau y de Sofía con una sonrisa en la cara, una resolución en la mente, y un pene erecto en los calzoncillos. Felicidad, objetivo y placer: ahora mismo Ata disponía de las dos primeras cosas y sólo pensaba en la tercera.

Tras dejar su mundo de ilusiones volvió a tocar la tierra con los pies y se dirigió a su último hombre en la lista: Alejandro "El Ligas" Carmona.

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