martes, enero 05, 2010

Tengo menos hambre que el perro de un ciego.

Hubo una vez un ciego que, después de escuchar el famoso refrán "tengo más hambre que el perro de un ciego", se sintió preocupado y angustiado por su buen perro lazarillo. Se pasaba el día pensando "¿Y si es es verdad? Y estoy matando de hambre al bueno de Agustín". Así que hora tras hora le daba de comer, ponía más y más pienso en el cuenco, y también más y más agua por si también el refrán se extendía a la bebida.

Pues bien, Agustín, el perro, acabó muy gordo.

1 comentario:

Reaper dijo...

La ley de Murphy.